El individuo
X no desayuna nunca. Prefiere dormir. A media mañana tampoco come nada. Sigue
en la cama. El almuerzo consiste en cuatro o cinco tazas de té con leche y dos
cucharadas y media de azúcar. A media tarde, café con leche: tres o cuatro
tazas. Siempre con azúcar. Al caer el día prefiere patatas y huevos regados con
ketchup, dos rebanadas de pan blanco y té o café. Cinco tazas. Para cenar, otra
vez té o café con leche, chuches, bollos y, si tiene dinero en el bolsillo,
quizá tres o cuatro pintas de cerveza y unos 20 cigarrillos.
Ésta es la
dieta, científicamente comprobada, de X, un joven condenado en 13 ocasiones por
robar camiones de reparto. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? X forma
parte de un experimento del profesor Bernard Gesch, investigador de la
Universidad de Oxford, que desde hace años estudia cómo la comida basura o una
dieta absolutamente delirante pueden estar directamente relacionadas con la
violencia.
No es la
primera vez que se mantiene una tesis semejante. Ya en los años 70 uno de los
mejores expertos del Reino Unido en el análisis de los efectos que los ácidos
grasos tienen sobre el cerebro, el profesor Michael Crawford -hoy en la
Universidad Metropolitana de Londres-, vaticinó que las deficiencias
alimenticias aumentarían los problemas mentales y de comportamiento.
Para sus
pruebas, Gesch se valió de 231 voluntarios de la prisión de Aylesbury. A unos
les cambió la dieta de forma radical: más vitaminas, minerales y suplementos de
ácidos grasos esenciales (que no son fabricados por el organismo). A otros
simplemente los trató con placebos.
El resultado
fue fabuloso: poco tiempo después comprobó que las reacciones violentas de
aquéllos a los que había cambiado el menú disminuyeron un 37%. La otra mitad
mantenía su comportamiento agresivo. Cuando el experimento concluyó, la
situación en la prisión volvió a ser como antes: incontrolable.
En ningún
caso se pretende ligar alimentación a violencia de forma absoluta, pero sí se
trata de demostrar que, en cierta medida, la dieta está ligada a
comportamientos violentos. Tal y como ha publicado esta semana el periódico The
Guardian, el antiguo jefe de prisiones del Reino Unido, Lord Ramsbothan, ha
mostrado su «convencimiento absoluto de que hay un vínculo directo entre la
dieta y los comportamientos antisociales: una dieta mala provoca reacciones
malas y una dieta buena las previene».
Es difícil
aceptar un argumento tan categórico, pero los científicos que llevan trabajando
en este campo durante años insisten en el papel que tiene el ácido graso
Omega-3 sobre el cerebro. En Gran Bretaña hasta el ministro de Educación, Alan
Johnson, ha planteado la idea de dar aceite de pescado en las escuelas. ¡Qué
mejor fuente de Omega-3!
El profesor
de Psicología John Stein, de la Universidad de Oxford, defiende su tesis: «Sólo
hay evidencias remotas de que chicos sin problemas puedan beneficiarse del
aceite de pescado». Eso sí, no le cabe la menor duda, revisando los estudios
que se han hecho tanto en prisiones de EEUU como del Reino Unido, de que una
alimentación deficiente está fuertemente vinculada con actos criminales, aunque
los mecanismos involucrados no se conozcan bien.
De lo que se
trata es de entender el efecto de los ácidos grasos esenciales -que no produce
el organismo- en el cerebro. Las conexiones entre las neuronas contienen
grandes cantidades de estos ácidos. Digamos que el que las conexiones sean
correctas depende de neurotransmisores como la serotonina o la dopamina. El
Omega-3 contribuye a que las membranas de las neuronas se vuelvan más fluidas y
elásticas, permitiendo que la información fluya entre ellas de forma más
eficiente.
Si lo que
llegan son ácidos nocivos, los neurotransmisores no pueden acoplarse y
funcionar adecuadamente y, como indican otros estudios, cuando el complejo
sistema de neurotransmisores no trabaja bien pueden producirse efectos
perversos. Niveles bajos de serotonina, por ejemplo, aumentan el riesgo de
suicidio, depresión e impulsos violentos. Y quizá gran culpa de todo ello sea
de la comida basura.
Comida,
depresión y agresividad
En los
estudios realizados para comprobar los efectos de una mala alimentación se
concluye que la sociedad no sólo afronta un problema de salud física, sino de
salud mental. Entrar en qué consecuencias puede tener la falta de alguna
vitamina sería absurdo. De lo que se trata, en este caso, es de explicar cómo,
según los científicos, la ingesta de dosis inadecuadas de las grasas esenciales
que necesita el cerebro o de los nutrientes necesarios para asimilar esas
grasas están provocando una gran cantidad de problemas mentales que van desde
la depresión a la agresividad.
Joseph
Hibbeln es uno de esos científicos que ha estudiado los vínculos entre
alimentación y comida 'basura'. Los resultados, dicen, no son un milagro.
Considera que sólo hay que entender la bioquímica del cerebro para darse cuenta
de que las dietas actuales están modificando las estructuras y funciones
cerebrales. «La pandemia de violencia en las sociedades occidentales podría
estar relacionada con lo que comemos o dejamos de comer. La comida 'basura' no
sólo puede provocar enfermedades, también locura».
Con los
datos en la mano de un estudio realizado en 30 pacientes violentos en el que se
demostró que el consumo de Omega-3 reducía sus ataques de ira en una tercer
parte, Hibbeln se atreve a concluir que los cambios alimenticios durante el
último siglo «han sido un experimento incontrolado que ha contribuido» a
incrementar en la sociedad los niveles de «agresividad, depresiones y muertes
por accidentes cardiovasculares».
Ahora bien,
¿en qué cantidades hay que ingerir dosis de ácidos grasos esenciales o reducir
la ingesta de unas patatas con huevo frito? Lo que está claro es que el menú
del individuo X no es nada, nada recomendable
Fuente: El Mundo, 2006