2013/12/04

Pajaritos y Pajarracos



Hablar de abuso sexual a menores no ha sido nunca cosa de  realidades lejanas, conflictivas, bélicas, desestructuradas, que vemos con demasiada frecuencia en las noticias. Hablar de abuso sexual a menores es hablar, sin saberlo o sin quererlo saber, de nuestro vecino, o de nuestro propio sistema familiar, es decir, estos comportamientos delictivos no siempre están lejos de nuestra realidad cotidiana. Lamentablemente los casos públicos son solo la punta del iceberg del problema, no nos hace falta ninguna estadística para saber que el abuso de las personas más vulnerables por parte de otras que utilizan algún tipo de poder es algo demasiado habitual.
El abusador no suele ser una persona insatisfecha sexualmente o con un deseo sexual irrefrenable, como ocurre con muchos violadores, el abusador utiliza la seducción, la involucración, el convencimiento para acercase a los niños. Su estructura de personalidad es perversa y psicopática, busca a niños y adolescentes dependientes e inmaduros para satisfacer su deterioro afectivo, intelectual y volitivo. El abusador sexual infantil es persistente y reiterativo, crea sentimientos crónicos de victimización y traumas de difícil solución. El abusador es un personaje silencioso, las caricias de mulos y genitales del menor le estimulan sexualmente, pero pocas veces pasarán de ahí, porque el abusador procura no dejar huella de su conducta. El pajarraco del que hablamos suele caracterizarse por ser un ser extremadamente protector, presenta dificultades en las relaciones de pareja, suele aislarse socialmente, con la autoestima por los suelos y no es difícil que tenga problemas con el consumo de sustancias, principalmente alcohol.
No es fácil para los niños buscar amparo cuando el abusador es alguien jerárquicamente superior, alguien al que debe “respetar y obedecer” (padres, maestros, sacerdotes, entrenadores deportivos, etc.). El abusador más devastador es aquel que sabe utilizar la dominación jerárquica y aquel del que los niños esperan protección y cariño, porque ante estos las pequeñas víctimas, los indefensos pajaritos quedan desprotegidos y expuestos en toda su fragilidad. Ningún niño está preparado para enfrentarse a la posibilidad de sufrir abusos por parte de un adulto cercano, en esta incredulidad se explican muchos miedos y silencios, o se siente huérfana psicológicamente cuando vive la terrible realidad de ser tomado por mentiroso o culpado de imaginativo. El abusador todo esto lo sabe, como sabe que la mayoría de los niños quedaran perplejos, paralizados ante el abuso y es ese conocimiento lo que le confieren una personalidad canalla.