Hablar de abuso sexual a menores no ha sido nunca cosa
de realidades lejanas, conflictivas,
bélicas, desestructuradas, que vemos con demasiada frecuencia en las noticias.
Hablar de abuso sexual a menores es hablar, sin saberlo o sin quererlo saber,
de nuestro vecino, o de nuestro propio sistema familiar, es decir, estos
comportamientos delictivos no siempre están lejos de nuestra realidad
cotidiana. Lamentablemente los casos públicos son solo la punta del iceberg del
problema, no nos hace falta ninguna estadística para saber que el abuso de las
personas más vulnerables por parte de otras que utilizan algún tipo de poder es
algo demasiado habitual.

No es fácil para los niños buscar amparo cuando el
abusador es alguien jerárquicamente superior, alguien al que debe “respetar y
obedecer” (padres, maestros, sacerdotes, entrenadores deportivos, etc.). El
abusador más devastador es aquel que sabe utilizar la dominación jerárquica y
aquel del que los niños esperan protección y cariño, porque ante estos las
pequeñas víctimas, los indefensos pajaritos quedan desprotegidos y expuestos en
toda su fragilidad. Ningún niño está preparado para enfrentarse a la posibilidad
de sufrir abusos por parte de un adulto cercano, en esta incredulidad se
explican muchos miedos y silencios, o se siente huérfana psicológicamente
cuando vive la terrible realidad de ser tomado por mentiroso o culpado de
imaginativo. El abusador todo esto lo sabe, como sabe que la mayoría de los
niños quedaran perplejos, paralizados ante el abuso y es ese conocimiento lo
que le confieren una personalidad canalla.