2013/11/19

Psicología del maltrato

Las víctimas permanecen en la relación violenta durante mucho tiempo antes de tomar
algún tipo de medida



Son muchos los términos que se utilizan para definir la violencia que se produce en algunas relaciones de pareja, fundamentalmente en la violencia contra la mujer, términos como violencia familiar, violencia de género, violencia doméstica son de cuño cotidiano para definir una misma cosa, el ejercicio de la violencia en base a la desigualdad de poder en la relación, que se produce en diferentes grados de intensidad de las amenazas, la coacción psicológica y las palizas. Hablamos de la manifestación del maltrato, que es un asunto serio y peligroso que, en ningún caso, debemos confundir con las “peleas de pareja”. El maltrato tiene como denominador común la  presencia de una figura agresora y de una figura de víctima, donde existe continuidad en el agresor y habitualidad en la víctima (que en más casos de los que nos pensamos se vive como una característica cultural). Independientemente de que consideremos las peleas, agresiones, coacciones o chantajes emocionales, que se producen de manera ocasional, una forma de maltrato; la condición más determinante del maltrato es que la persona – mujer sobre todo – viva intensamente la sensación de estar atrapada, ahogada en una situación de la que no puede salir y vive con el temor de la amenaza a su integridad física y psicológica.


En las parejas que viven problemas de agresividad se suele repetir un ciclo que, cuando no se es capaz de romperse, puede llegar a causar enorme sufrimiento, ruina personal y legal, y a menudo muerte.

Existe una primera fase conocida como de incremento de la tensión, que es de duración variable, es la antesala a la descarga de violencia física o de acorralamiento psicológico, que se produce en una segunda fase, que por lo habitual supone el final de la escalada de tensión. El hombre, una vez que golpea a la mujer o la agrede psicológicamente, cesa la violencia, bien por un efecto de desahogo o porque ha conseguido los fines que perseguía con la agresión. La tercera fase es la del arrepentimiento, de conciencia del daño infligido y en la que el maltratador ocupa el rol de conciliador, se muestra amable, cariñoso, mostrándose a sí mismo como víctima de no sé qué circunstancias. Se trata, en realidad, de la fase más peligrosa para la victima porque incluye creencias de cambio en el maltratador que raramente tienen que ver con la realidad, porque la fase de arrepentimiento tiende a desaparecer con rapidez. Lo que realmente suele ocurrir es que a medida que se van sucediendo los episodios de violencia, el agresor se arrepiente menos y se acostumbra más a ser violento y a que la fase primera se repita con mucha más frecuencia. Lo que al principio de la relación es una bofetada, luego puede ser una paliza, las palabras obscenas, el tono de voz elevado o el despecho que vive la víctima al inicio se convierten muy fácil y rápidamente en amenazas, menosprecio, ahogo u hostigamiento.
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